Nærøyfjord, Noruega / Laura CM |
https://www.flickr.com/photos/122278373@N05/sets/
No se trata simplemente de una pared de roca. Es la imagen que proyecta al precipitarse sobre el agua del modo en que lo hace. Es una visión que no sería capaz de explicarte por más que me lo propusiera. Es tan bello que te da miedo mirarlo. Que no te atreves a mirarlo y al mismo tiempo no puedes apartar la vista de eso que tienes delante.
Tendrías que ir allí tú
mismo para poder entenderlo. Porque un fiordo puedes mirarlo, pero enseguida
comprendes que no estás simplemente mirándolo -que estás pensándolo- pensándolo
con los ojos, porque tus ojos tampoco alcanzan a explicarse lo que ven y
necesitan pensar para poder descodificar esa imagen. Y entonces, mientras lo
piensas, te das cuenta de que en realidad da miedo, de que es tan bello que da
miedo y, en fin, eso te asusta y te entristece a partes iguales.
Te estoy aburriendo. No
paro de hablar y ahora me doy cuenta de que en realidad no estoy diciendo nada.
Nada que te pueda servir para entenderlo mejor, para comprenderme a mí al menos.
Pero si te cuento todo esto es porque sé que eres tan tozudo que jamás irás a
verlo. Aunque en realidad te pique un poco la curiosidad, te seduzca la idea de
comprobar hasta qué punto estoy exagerando. Pero no irás -ya lo creo que no- y
pensarás a cambio que soy un estúpido. Te reafirmarás en esa idea. Porque sólo
un estúpido -resolverás- es capaz de emocionarse con una simple montaña. Y
probablemente agregarás, en cuanto tengas la ocasión, que nada puede tener de
especial aquel lugar si lo comparas con todas las grandes maravillas que has
tenido la suerte de contemplar en tu camino. Seguramente dirás eso; utilizarás
el término 'maravillas' para distanciar aún más eso que has visto -o que dices
haber visto- de esto que trato inútilmente de describirte. Lo situarás en
primer término, en otro plano distinto al que ocupamos yo y mis absurdas
historias de viajes.
Y una vez que haya
terminado de hablar, me mirarás con lástima, con esa condescendencia apática
con la que miras todo lo que te rodea. Y entonces me dirás que no entiendes
cómo puedo encontrar atractivo un lugar que, en realidad, no consigue
provocarme más que miedo y tristeza. Y yo me quedaré callado -porque siempre
pasa lo mismo- y me morderé la lengua para no decirte todo lo que llevo años
deseando decirte. Y las palabras me alcanzarán tan solo para tratar en vano de
explicarte por última vez que no hay belleza sin vértigo, que la verdadera
belleza es simplemente tan triste y aterradora como lo era aquel paisaje