Casi siempre están los pelícanos,
que hacen gárgaras con el agua marina. Pero hay veces que los pelícanos no
están, que desaparecen, dejando un enorme vacío que no puede ser ocupado, en
ningún caso, por una grúa o por un garfio. Donde antes había un pelícano, ahora
no hay nada. Tan solo la sombra de su sombra. Y el eco de sus gárgaras.
Cuando se muere un pelícano, las
aves de rapiña lo celebran. Ríen entre dientes con mandíbulas lánguidas y
asisten al entierro con sus mejores galas. Con frecuencia, los familiares del
difunto pelícano, incómodos ante la afluencia de aves de diferente alcurnia y
dudoso linaje, no tardan demasiado en manifestar su descontento. Y adoptan
malos gestos y peores tonos, instando al numeroso grupo a que se marche. Una
vez que todos se han marchado, la ceremonia continúa en la más rigurosa
intimidad pelícana -profusa en graznidos y en gárgaras-, y hacia la hora del
crepúsculo, la familia del pelícano muerto se retira, visiblemente afectada por
la pérdida sufrida y, en fin, todo sigue igual que antes, como cuando el
difunto pelícano -entonces vivo- hacía gárgaras con el agua marina.
Es fastidiosa para los pelícanos
la liturgia del entierro. Son aves de paso, de manera que finalizado el año
pelícano, no queda otro remedio que evaluar el número de bajas acumuladas a lo
largo de todo el proceso migratorio. Y es entonces cuando el pelícano más viejo
cae en la cuenta de que tiene familiares sepultados en Rumanía y en Somalia, en
Brasil y en Bután, en la franja de Gaza. Realizado el pormenorizado recuento,
toca volver a marcharse, tratando de quitar un poco de hierro al asunto de las
bajas.
En pleno vuelo los pelícanos se
encuentran de un humor extraordinario. Silban, realizan piruetas en el aire e
incluso en verano, cuando el tiempo invita a ello, reproducen célebres
catástrofes aéreas y se lo pasan en grande. Y uno dice: ¿A ver si sabes quién
soy?, y se deja caer en picado hasta estrellarse contra el suelo en medio de un
campo de girasoles, y emite graznidos a modo de sirenas de policía y de
ambulancias, y entonces otro pelícano más joven le contesta: Eso es muy fácil,
eres el Boeing 787 que se estrelló el pasado verano en Turquía. Y el primer
pelícano, molesto, le pregunta: ¿Cómo lo has adivinado? A lo que éste le
responde: Ya te lo he dicho, era muy fácil. Y todos rompen a reír, y hacen
gárgaras y más gárgaras, y se sienten orgullosos de su condición de pelícanos
y, de este modo, los problemas del éxodo migratorio parecen superados.