Bastaba con tener un caracol gigante y
sacarlo a pasear por las calles, profusas
en personas de tamaño normal y en caracoles pequeños.
Bastaba con tomar la lluvia a la hora de
la siesta.
Bastaba con colgar los pies de otra
ventana y con romperle los dientes al león de un solo soplido.
Bastaba con caminar de espaldas, pero eso
nunca lo hacíamos.
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